Entre los dieciséis y los dieciocho años, los jóvenes combinan a veces una cándida inocencia, una pureza radiante de cuerpo y mente, con un anhelo exasperado de devoción absoluta y desinteresada. Generalmente esa etapa sólo abarca un breve lapso, pero por su intensidad y singularidad perdura como una de las experiencias más preciosas de la vida.
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